Hoy voy a contarte una historia. Hace diecisiete años, cuando aún vivía en mi ciudad natal, Caracas, fui con mi padre a un chequeo en el dentista. Le habían sacado un diente unos días antes y recibimos una llamada extraña diciendo que el doctor lo estaba esperando y que debíamos ir. En el camino ya sabíamos que había algo raro, estábamos tratando de mantener la calma, pero aún recuerdo el momento en que estaba de pie detrás de mi padre, cogiéndole de los hombros mientras escuchaba al médico referirnos a un oncólogo. El tiempo se detuvo, se nos acabó el tiempo. El cáncer ya estaba muy avanzado y los siguientes tres meses fueron un desafío más allá de lo imaginable. Parece como si hubiesen sido años, dimos la batalla con todo, experimentamos rabia, tristeza, y nos conmovieron incontables demostraciones de amor, amistad y solidaridad. Mi padre murió y en ese proceso aprendimos mucho. Aprendimos sobre el tiempo y lo efímero que es, aprendimos sobre el amor, la amistad, sobre no darse por vencidos, sobre aprender a encontrar la belleza en los lugares más tristes, aprendimos que la vida hay que vivirla plenamente, porque tal como dijo el Buda, “el problema es que creemos que tenemos tiempo”, entonces nos distraemos.
Justo después de eso, con el corazón completamente abierto y conmovida entre los sentimientos de tristeza, cansancio y amor, el yoga llegó a mi vida. Estaba lista y comenzó el viaje. Tal como dijo Patanjali en el primer Yoga Sutra «Atha yoganushasanam», ahora es el momento del yoga. Y así fue, yo estaba lista.
En esos momentos en los que sientes que tu vida necesita cambios, inspiración y una conexión profunda, es el momento del yoga. La práctica física es su capa más externa, es como lo vemos desde fuera, pero la parte más bonita no se puede describir con palabras. Se muestra de diferentes formas dentro de nosotros y nos lleva hacia la conciencia. Es una práctica que empieza en la esterilla, pero que poco a poco va impregnando nuestra forma de ir por el mundo y tiñe con su luz cada parte de él, cada parte de nosotros.
A veces, cuando sentimos que nuestra vida está en términos medios, nos acomodamos silenciosamente y aceptamos cosas, reglas, situaciones que no queremos o que no nos gustan. La sensación inconsciente de que «tenemos tiempo» nos dirige erróneamente a una aceptación que no llena nuestra vida de luz. Es una aceptación que crea sombra. Y la clave para saber si estamos en el camino correcto, para saber a dónde ir, desde la decisión más simple hasta la más complicada, es esta: si puedes sentir alegría y expansión, aunque el miedo esté ahí, ¡adelante! Muchas veces esa sombra crece tanto que nubla nuestra vida, otras veces llega una experiencia estremecedora y entonces nos damos cuenta de que no tenemos tiempo. La vida es para vivirla plenamente, de lo contrario, simplemente la estamos desperdiciando.
La experiencia con mi padre fue un despertar. Todos tenemos esos momentos. La experiencia reciente con el Covid-19, el confinamiento, cambios en diferentes aspectos de nuestra vida, lo sacuden todo y de repente nos damos cuenta de que tenemos que empezar a vivir ahora. No podemos perder un día más quejándonos o sintiéndonos insatisfechos, necesitamos momentos de magia, de alegría, de inspiración. El yoga puede ser la puerta hacia eso, puede hacernos notar que necesitamos pedir ayuda, que necesitamos establecer límites saludables, que tenemos que decir nuestra verdad y hacer todo lo que esté a nuestro alcance y más allá para vivir la vida que queremos, para vivir a nuestro máximo potencial!
Sé que el yoga es una de las cosas en mi vida que me aporta tiempo. Tiempo para mí, tiempo para reconocerme a mí misma, a mis capas y sentimientos más profundos y honrarlos. Me da tiempo para saber quién soy y qué quiero. Es como un cordón de luz que me guía y me permite estar más allá de mis pensamientos, reconociendo una y otra vez que no soy mis pensamientos ni mis emociones, aunque muchas veces parezca que sí.
Si nos distraemos, vivimos según dos realidades completamente antagónicas. Por un lado llenamos nuestras vidas con tantas cosas que son superficiales, que no nutren nuestras almas, por el otro no tenemos tiempo para lo que es realmente importante.
Reconozcamos que no tenemos tiempo para perder nuestra vida, ¡vivamos a nuestro máximo potencial cada día de nuestras vidas!